En la esquina de Av. Rivadavia y República de Indonesia, a una cuadra y media del Parque Rivadavia, está Fernando Mosquera quien toca la gaita desde hace más de diez años, y refiere que lo hace porque es parte de su identidad. Cuenta que tocar en la calle le dió y le da muchas satisfacciones como compartir con otros músicos y artistas, conocer gente, viajar y dar clases.
“Tocando en la calle siempre me gusta conversar con la gente y compartir sus historias. En más de una oportunidad alguien se emocionó con mi música”. En cuanto a la funda de la gaita que hace las veces de gorra, Mosquera refiere que “Si bien no vivo de esto porque tengo otra actividad principal, y vengo los días que puedo, esto además me ayuda económicamente”.
Este gaitero pertenece a una familia de inmigrantes como tantas que vinieron en las corrientes migratorias españolas que trajeron a América a la generación de nuestros bisabuelos y abuelos desde mediados a fines del siglo XIX, y desde principio a mediados del siglo XX, antes, durante y después de la segunda guerra mundial.
Gallegos, vascos, aragoneses, andaluces, asturianos y catalanes llegaron al Puerto de Buenos Aires, muchos fueron al interior y otros se quedaron en la Capital del país. Casi todos tenían algo en común: atrás habían dejado sus afectos, parte de sus familias, sus paisajes con sabores y colores en las fotos que quedaron atrás con las aldeas pintorescas y ciudades ostentosas que la crisis comenzó a opacar, primero por la perdida del dominio de España sobre las colonias americanas y el consecuente debilitamiento político de Fernando VII, luego de la muerte de este, las luchas internas por la sucesión del trono fueron el punto culmine de la caída del Antiguo Régimen y junto con él de sus estructuras políticas, sociales y económicas.
Guerras y más guerras; las que fueron, las que vinieron después; las que tiñeron con sangre la tierra y el agua; las que destruyeron lo material, las que aplacaron con el hambre, la malaria y los silencios …
Ese bagaje de saberes y sentimientos que tímidamente existía puertas adentro en las casas y eventos familiares de los inmigrantes hoy suena orgulloso en una esquina porteña mostrando la conjunción de las dos culturas.
Es una sensación única, una comunión que sobrepasa el hecho musical y que nos conecta con nuestro pasado poniéndolo a flor de piel. Ese sonido que nos transporta en el tiempo a los lugares que nos contaron nuestros abuelos cuando éramos niños y que imaginamos ya con añoranza, con la nostalgia que heredábamos del desarraigo que dolía. El lamento de esa gaita remite a esa angustia por “el deber irse” cuando las cosas se han puesto tan difíciles, y cuando solo es posible imaginar un futuro en otro lugar, pesar que el maestro Roberto Tito Cossa plasma sentidamente en su obra teatral “Gris de Ausencia”.
/ Asociación de residentes de Mos en Argentina |
Mientras el sol se va ocultando, se escucha un paso doble. El sonido es estridente y a la vez melancólico, es el característico de una gaita gallega. Mosquera cuenta que también toca en el elenco estable de la Asociación Gallega Residentes de Mos en Buenos Aires, y detalla que hay varios tipos de gaitas en España, que a su vez son diferentes y tienen distintos usos con las de otros países. Mientras que en la península Ibérica la gaita tiene una función cultural, las gaitas irlandesas y escocesas han sido más vinculadas con la actividad religiosa y bélica.
Tocar la gaita ha sido hasta hace un par de décadas una tradición dentro del folclore de canciones y danzas populares de Galicia que se transmitía en forma oral y que hasta ese entonces no se escribía en el pentagrama.
La muiñeira es el ritmo rápido y alegre más representativo utilizado con este instrumento de viento. Es muy popular y si bien ha sufrido múltiples variantes todas tienen la misma estructura musical. El nombre de muiñeira procedería de los bailes que los campesinos hacían en los molinos mientras esperaban para recoger la harina. Otras danzas y cantos populares que tocan los gaiteros en formaciones de cuatro o más instrumentos son la pandeirada, la jota gallega, la alborada, el alalás y el pasodoble.
Un pormenor evidencia el enlace de la tradición gallega con la cultura porteña en la construcción de la identidad que comparte Fernando. El detalle se encuentra en el ronco o roncón de su gaita, que es el tubo largo de madera compuesto por tres partes que se apoya sobre el hombro del gaitero, cuyas borlas decorativas llevan los colores de la bandera Argentina.
Mosquera cuenta que sus padres son españoles de Galicia, al igual que sus abuelos y menciona que no tiene muchos objetos de su familia de cuando vivían en el viejo continente. Recuerda que su abuelo, el padre de su mamá, estuvo al frente en la guerra civil española y que luego en la dictadura de Franco le tocó estar en combates a los cuales sobrevivió. Su abuelo pudo salir primero de España y luego, cuando ya casi estaba terminando el franquismo, mandó a buscar a sus hijos y esposa que habían quedado al cuidado de unos familiares.
Fernando intenta recordar historias de su abuelo materno pero cae en la cuenta que no hablaba casi nunca, como si un nudo en la garganta que le impidiera el paso de las palabras.
Fernando no toca solamente en “la esquina de la pinturería” como él le llama, sino que se turna con los vendedores ambulantes, principalmente con el del puesto de garrapiñadas que para con su carrito en la esquina de Acoyte y Rivadavia, frente al local de Havana.
En este relato de música callejera se entrelazan cuestiones de identidad, de nuestra historia con las de lo cotidiano de este presente. Mosquera recuerda que cuando paraba en Coronel Díaz y Santa Fé llegó a complicarse estar ahí porque se disputaban el lugar un saxofonista y una señora que vendía algunos artículos en la vereda. Dice que una sola vez alguien le grito porque no se iba a tocar a España, pero que en general la gente tiene muy buena recepción. Tanto como lo que ocurre el día que en se realiza la entrevista para esta nota, cuando un grupo de chicos espontáneamente se pone a bailar break dance al ritmo de una jota.
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