lunes, 26 de mayo de 2014

La nave de Colón

La nao Santa María, de Cristóbal Colón, está enterrada, pero no bajo el mar en Haití.

Esa es la conclusión del mayor y más metódico estudio realizado hasta la fecha por un grupo de científicos españoles

Diario ABC de Madrid - Jesús García Calero

La nao Santa María, de Cristóbal Colón, está enterrada, no bajo el mar en Haití

Esta es la historia de un ambicioso proyecto científico español que fue completado, pero que no pudo ponerse en práctica. Fue culpa de un golpe de Estado. Aunque pocos lo recuerdan ya. España estuvo a punto de excavar en 1991 los restos de la nao Santa María, la nave capitana con la que Cristóbal Colón llegó a América.
El Gobierno de Felipe González encargó un proyecto científico de cierta envergadura con el fin de celebrar el V Centenario del Descubrimiento con el hallazgo en Haití de uno de los pecios más importante para la historia de la Humanidad. Pero entonces, justo cuando iban a empezar a prospectar y excavar el lugar elegido, aquel agosto de 1991, el general Raoul Cedrás levantó al ejército haitiano y derrocó al presidente Jean-Bertrand Aristide. Y el equipo de investigadores españoles tuvo que salir de la isla apresuradamente.
Su trabajo sigue vigente y es el más completo estudio científico realizado hasta la fecha sobre este tema. Mucho más creíble que el supuesto hallazgo pregonado la semana pasada por el investigador estadounidense Barry Clifford, patrocinado por el History Channel, que ha sido recibido con gran desconfianza por los arqueólogos de ambos lados del Atlántico. No en vano Clifford tiene un pasado de cazatesoros...

Entusiasmo por el proyecto


Hablar con María Luisa Cazorla, que dirigió el proyecto científico español, es evocar el entusiasmo de quien durante años estuvo sumergido en este caso, leyendo cada documento relevante que los archivos españoles albergaban sobre el naufragio. Y cada mapa de la zona, desde la tenue línea de costa que Colón (o pudo ser tal vez su hermano Bartolomé) dibujó en la nao y se convirtió en el primer mapa que existe de la tierra americana hasta los mapas de satélite. Pero eso solo fue el principio. Siguieron estudios matemáticos, astronómicos, hidrográficos, de corrientes, climáticos, geológicos... Lo dicho, nadie ha llegado tan profundo en este asunto desde entonces. «Probablemente, nadie ha leído los diarios de los viajes de Colón como yo», comenta.
Era un puñado de españoles decididos el que formó este pluridisciplinar equipo, bajo la dirección de María Luisa Cazorla y la iniciativa de Enrique Lechuga (entonces responsable de la actividad arqueológica de la Comisión del Quinto Centenario y hoy director de la Fundación Fomar) a los que se sumó la pericia geológica del catedrático Alfonso Maldonado, hoy director gerente del instituto petrofísico de la Universidad Politécnica y también la sabiduría astronómica del catedrático de la Complutense, Miguel Sevilla de Lerma.
La conclusión de su trabajo, que es muy sorprendente, sigue perfectamente vigente hoy. A falta de comprobar sus resultados sobre el terreno, la nao Santa María no está ya en el mar, sino debajo de 6 o 7 metros de tierra en una zona de unos 300 metros que tienen perfectamente delimitada. «Los restos, si existen, porque hablamos de un clima tropical y una zona de gran actividad biológica y geomórfica impresionante, están ahí, junto a un arrecife que el aluvión del Gran Rivière du Nord ha colmatado. Lo que haya está donde yo digo, eso no hay duda, porque hemos hecho una reconstrucción absoluta de las últimas 24 horas de la Santa María», asegura María Luisa Cazorla. ¿Cómo es posible?

El primer naufragio europeo en América

El barco de Colón encalló en la costa norte de lo que hoy es Haití. Fue en la madrugada del 25 de diciembre de 1492, con el mar quieto como una escudilla, mientras un grumete iba a la caña. Varó con muy mala suerte, en el momento de la máxima marea anual, según se demuestra en este estudio. Por eso Colón supo pronto, en cuestión de minutos, que nada podría salvar la nave, puesto que el agua no volvería a subir tanto hasta el año siguiente y mientras la tripulación cumplía sus primeras órdenes el agua habría bajado 10 centímetros y no se podía salir de varada.
«Es mala suerte donde las haya. Era el instante máximo de la máxima marea del año. Por eso no pudo salir de varada. Mientras se dio cuenta, levantó a todo el mundo y dio algunas órdenes el agua había bajado diez centímetros, que en ese momento suponían la vida -recuerda Cazonrla-». Por ello, el navegante decidió emplear los materiales de aquella nave para otra misión. Con la carga y parte de la madera se construyó el Fuerte Navidad, el primer asentamiento europeo en América.
¿La culpa fue del grumete, o de quien lo dejó gobernar el barco en la calma chica? «La culpa sería de quien fuese, pero está claro que Colón tomó las decisiones correctas en aquel trance (bueno no tan correcto si el grumete llevaba la caña, pero tampoco se sabía que había arrecifes)». En esta época es la experiencia lo único que contaba. La directora del proyecto recuerda que si Colón decía que estaba a legua y media tenía un margen de error del 10%. Todo eso ha sido tenido en cuenta por los científicos españoles.
«Otros estudiosos, como Samuel Eliot Morison, cometieron graves errores, como no tener en cuenta el cambio de calendario -del Juliano al Gregoriano- al medir la lunación y las mareas», subraya Cazorla. «De hecho el naufragio en realidad aconteció el 3 de enero (de nuestro calendario) y no sé como a Morison, que luego llegó a Almirante, se le pudo pasar ese detalle». Cazorla va más allá cuando señala también el error de que en el relato del estudioso se hable de un naufragio con la luna nueva cuando había luna llena. Y sitúa el naufragio hacia las 4:43 minutos de la mañana y no al principio de la guardia de medianoche.
Son miles los datos específicos que manejó este equipo. Algunos coherentes con otros hallazgos, como el de Guacanagarí, el poblado cercano que refiere el diario de Colón, o la aparición de un ancla en la zona, que bien podría ser la de la Santa María abandonada en la playa, que refiere el doctor Chanca en su relación del segundo viaje colombino. Toda esa zona está enterrada bajo toneladas de aluvión arrastrado por el río que ha ganado un delta de casi mil metros al mar, colmatando la primera línea de arrecifes donde debieron quedar los restos del barco. Cazorla comparó decenas de mapas de todas las épocas para llegar a describir este proceso. A lo largo de su estudio pudo comprobar cómo las inundaciones anuales ganaban metros al mar.
El estudio derriba muchos mitos sobre lo acontecido tras el naufragio y con gran profusión de datos demuestra cada detalle de aquel relato. Por ejemplo, tuvo en cuenta los datos climáticos del siglo XVII a los que muchos historiadores han dado vital importancia más tarde.

«Ver» la costa de 1492

El equipo llegó a plantear la excavación de la zona y tenía la tecnología de georradar y tomografía eléctrico sísmica para «ver» la costa de 1492 enterrada y detectar en el subsuelo el arrecife junto al que quedó varada la Santa María («sería como excavar cerca de los canales costeros de Holanda, hay que drenar la zona»). Si se realizase esta prospección y apareciera un poco de roble español -que era la madera en la que la nao había sido construida- habríamos alcanzado el pecio más importante de la historia, con excepción del arca de Noé. Eso afirman los responsables del proyecto, porque fue el primer paso de la era de la navegación española, comparable al primer hombre que llegó a la luna.
Alfonso Maldonado, el geólogo, añade un dato particularmente esperanzador: los niveles de 1492 serán bastante sencillos de encontrar, proque hay un resto que marca el cambio de era que supuso la llegada de Colón: «Es muy sencillo y basta saber en qué estrato aparecen los pequeños dientes de ratón, que no había antes de la llegada de los españoles en esas tierras». Si en 1991 el proyecto estaba valorado en 300.000 euros, lo lógico es que aún hoy debería ser una empresa asequible: Maldonado incide en que «la tecnología necesaria es particularmente simple: después de la prospección con georradar y tomografía electrosísmica bastan unas máquinas excavadoras y mucho cuidado para acertar con el lugar, drenando la zona con el fin de eliminar el agua de las capas freáticas que haría imposible la excavación».

El ancla

La nao Santa María, de Cristóbal Colón, está enterrada, no bajo el mar en Haití
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Las inundaciones incluso han cubierto el monolito donde apareció el ancla
Moureau de Saint Mery relata que en 1781 apareció enterrada un ancla en la zona, a 1.800 metros de la costa, y a más de 1,2 metros de profundidad, en una propiedad llamada Habitation Bellevue, hoy desaparecida. El ancla fue datada en 1892 y otra vez en 1933 como una pieza de la época de Colón. En el lugar del hallazgo, que quedó marcado, en los años treinta del siglo pasado se plantó un monolito. Es curioso ver cómo ese monolito fue enterrado más de un metro durante 40 años, como se aprecia en la foto que es de los años setenta. Esa es la velocidad en la que el terreno crece en esta zona. Es probable que ahora esté a punto de desaparecer esa referencia vital para hallar los restos de la Nao. Porque el ancla puede ser un elemento abandonado en la playa cuando los hombres de Colón construyeron el fuerte, tal como quedó testimoniado en el segundo viaje. por el doctor Diego Álvarez Chanca.
Hay que recordar que, tristemente, cuando Colón volvío un año después en su segundo viaje no quedaba nadie con vida en el Fuerte Navidad. Probablemente los españoles se mataron entre ellos (en una visión cainita) o sufrieron los ataques de tribus más agresivas que los taínos, que dejaron herido incluso al jefe del poblado de Guacanagarí, con queda constatado en los testimonios del segundo viaje.

Política más activa por parte de España

Lo que resulta hoy llamativo y elocuente es que España, después de haber estado tan cerca de hallarlo, abandonase esta idea en la que tanto esfuerzo y dinero se invirtió antes de los fastos del V Centenario y no haya intentado reactivarlo jamás. Uno más de tantos olvidos de la mejor historia que España dio al mundo y que aún espera ser contada científicamente, mientras los restos que podrían alumbrarla siguen perdidos o amenazados por empresas sin escrúpulos. María Luisa Cazorla se lamenta de «la permanente desidia que España ha demostrado hacia su historia. Aparte de este caso, se ve incluso en la peripecia del mapa de Juan de la Cosa (que era el armador de la Santa María), la primera carta náutica en la que se ve la tierra americana. Alguien lo compró a un bouquiniste de las orillas del Sena y aquí tenían problemas incluso para comprárselo» Y sigue con el legado de Isaac Peral que ellá puso a buen recaudo en Cartagena y otros casos lamentables.
Cazorla, Lechuga y Maldonado, se preguntan «por qué deberían otros contar una historia que es nuestra». El Gobierno de Haití cooperaría, puesto que ha firmado la Convención Unesco 2001 para la protección del patrimonio subacuático.






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