CULTURA
¿Cuánto tenemos de gallegos
los argentinos?
Fueron tantos los que vinieron, que según el Censo Nacional de 1914,
la Argentina albergaba alrededor de 150 mil gallegos mientras que en
La Coruña vivían 60 mil. En los barcos llegaban primero los hombres
y más tarde sus familias, trayendo consigo cientos de historias de vida,
comidas, música y tradiciones que definirían, de este lado del mapa,
la identidad nacional.
la Argentina albergaba alrededor de 150 mil gallegos mientras que en
La Coruña vivían 60 mil. En los barcos llegaban primero los hombres
y más tarde sus familias, trayendo consigo cientos de historias de vida,
comidas, música y tradiciones que definirían, de este lado del mapa,
la identidad nacional.
Por:
ROMINA RUFFATO
Foto:
INVESTIGACIÓN: XIMENA PASCUTTI
Foto: Archivo General de la Nación.
http://www.rumbosdigital.com.ar/secciones/notas/%C2%BFcu%C3%A1nto-tenemos-de-gallegos-los-argentinos
El abuelo un día, cuando era muy joven, allá en su Galicia,
miró el horizonte y pensó que otra senda tal vez existía”, escribió
Alberto Cortez. Esta canción tan personal se transformó en la
biografía de miles de hombres y mujeres gallegos que se fueron
de su patria para (re)construir sus vidas en América.
Al inicio, el principal destino fue Cuba; pero a fines del siglo
XIX el Río de la Plata (Argentina y Uruguay) se convirtió en el
preferido. Hacia nuestro país hubo dos fuertes flujos migratorios.
El primero, entre 1857 y 1930, trajo un millón de gallegos; y el
segundo, entre 1946 y 1960, 110 mil más. Del total, 600 mil
se radicaron definitivamente. Con estos números, se anota
un récord: la mitad de los españoles que llegaron al país había
nacido en Galicia.
Se dice que Galicia tiene cinco provincias: La Coruña, Lugo,
Orense, Pontevedra y … Argentina. Tan indisoluble es el lazo
entre el allá y el aquí, que así se considera a la Argentina una
provincia de ultramar, un terruño propio en los afectos. Fueron
tantos los que vinieron que, de acuerdo al Censo Nacional de
Población de 1914, Buenos Aires albergaba alrededor de 150
mil gallegos mientras que en la ciudad de La Coruña, la más
poblada entonces, vivían 60 mil.
“La emigración atraviesa la historia de Galicia”, advierte
Ruy Farías, doctor en Historia por la Universidad de Santiago
de Compostela y responsable del área de investigación del
Museo de la Emigración Gallega en la Argentina (MEGA).
Pero, ¿cuáles son los factores que producen un fenómeno tan
intenso y sostenido en el tiempo? La ruina de la industria
doméstica campesina (sobre todo del lino y del cuero) junto
con la brecha entre la capacidad de producción y la población,
fueron dos razones centrales. Aunque no las únicas: la guerra
de Marruecos en 1907 también provocó el éxodo de jóvenes
que evitaban el servicio militar.
Claro que mucho contribuyó la mejora en las condiciones de
transporte, que posibilitaba navegar más seguro, en menos
tiempo y a menor costo. “No era una situación de pobreza
extrema. El campesino gallego podía hipotecar su parcela
para pagar el pasaje en barco. La idea era emigrar, trabajar
duro varios años y regresar con los ahorros para invertirlos
en su tierra”, explica Farías, quien también se desempeña
como investigador del Conicet.
La emigración era una decisión familiar estratégica. La
avanzada era masculina: un hombre que, una vez establecido,
convocaba a la familia que había dejado. “Se enviaba al más
capaz, al más preparado para llevar adelante una vida en otro
lado”, agrega. Ese adelantado funcionaba como primer eslabón
de la llamada “cadena migratoria”, un boca en boca basado
en información de primera mano, confiable. Los que vendrían
tendrían aquí un paisano que ya había hecho la experiencia,
dispuesto a ayudarlos.
Ocho pesos del patrón
Francisco Martínez Trasancos era un nene de doce años
cuando, en 1904, bajó del barco en el puerto porteño, junto
con su tío. Venían desde el pueblo de Vicedo, en Lugo, a
probar suerte. Se establecieron en Zárate, donde Francisco
consiguió trabajo como dependiente. “Al principio cobraba
ocho pesos mensuales y vivía en la empresa –cuenta Angel,
su hijo–. Los domingos, los patrones le daban un peso, él
se cortaba el pelo y el lunes tenía que entregarles el vuelto
y decir en qué había gastado”.
Francisco Martínez Trasancos era un nene de doce años
cuando, en 1904, bajó del barco en el puerto porteño, junto
con su tío. Venían desde el pueblo de Vicedo, en Lugo, a
probar suerte. Se establecieron en Zárate, donde Francisco
consiguió trabajo como dependiente. “Al principio cobraba
ocho pesos mensuales y vivía en la empresa –cuenta Angel,
su hijo–. Los domingos, los patrones le daban un peso, él
se cortaba el pelo y el lunes tenía que entregarles el vuelto
y decir en qué había gastado”.
La mayor parte de los inmigrantes llegó en este período,
entre 1904 y 1913, y con similares características a la historia
de Francisco. Un puesto laboral sencillo que, con esfuerzo y
tiempo, les permitía progresar. “En 1923 mi padre se fue de
la compañía, muy agradecido, y se mudó a San Pedro del
Atuel, en Mendoza, donde instaló un almacén de ramos
generales”, continúa. La proximidad con la estación de tren
facilitó el crecimiento del emprendimiento y, en 1946, ya
casado y con tres hijos, Francisco se instaló en la capital
mendocina para que los chicos pudieran estudiar. Allí abrió
un negocio de venta de miel, que setenta años después, se
mantiene vigente.
“¡De joven tenía una elegancia! Usaba traje de El Corte Inglés,
camisa Oxford, era muy galante –recuerda Angel–. Juntó
dinero para ver a Enrico Caruso en el Teatro Colón, por doce
pesos, en el gallinero”. Ese padre que casi no hablaba el idioma
gallego y que no regresó nunca, supo transmitirle a su familia
la herencia invisible del amor por su patria.
Foto: Archivo General de la Nación.
Herencia invisible
Hubo muchos otros que poblaron distintos lugares: Benito
Armada en Cruz Alta, Córdoba; Ramón Agrasar Blanco en
Güatraché, La Pampa; Rafael Beleiro, en Aldea Beleiro, Chubut.
Si bien la comunidad se instaló principalmente en Buenos Aires
y su periferia (sobre todo, en la localidad de Avellaneda)
también hubo familias que echaron raíces en Santa Fe y
Entre Ríos.
Armada en Cruz Alta, Córdoba; Ramón Agrasar Blanco en
Güatraché, La Pampa; Rafael Beleiro, en Aldea Beleiro, Chubut.
Si bien la comunidad se instaló principalmente en Buenos Aires
y su periferia (sobre todo, en la localidad de Avellaneda)
también hubo familias que echaron raíces en Santa Fe y
Entre Ríos.
El comercio fue el rubro principal en el mercado laboral de
los varones gallegos. Sin embargo, los hubo en muchas otras
actividades: mozos, choferes de colectivos, trenes o tranvías;
barrenderos; obreros de curtiembres; estibadores portuarios;
petroleros; y hasta guardiacárceles en el famoso penal de
Ushuaia.
En cuanto a las mujeres, sobre todo a partir de la primera
década del siglo XX, los oficios habituales eran mucamas,
cocineras o cuidadoras de niños. “Hay indicios de que se
emplearon en industrias duras como la del tabaco, la textil
y en los frigoríficos”, comenta Ruy Farías. Todo esto, más la
modalidad del trabajo en casa, generalmente en costura o
planchado de prendas “para afuera”. Cerca de 1930, las
mujeres representaban el 40 por ciento de la inmigración
proveniente de Galicia.
Los gallegos en la Argentina nunca dejaron de lado la
preocupación por su tierra de origen, por lo que el
movimiento asociativo tuvo una relevancia particular.
En las tres primeras décadas del siglo XX, surgieron en
Buenos Aires más de 470 sociedades de ámbito
microterritorial. Se trataba de grupos de personas
pertenecientes a una misma aldea o parroquia (la
división territorial más pequeña de Galicia) que se
reunían para juntar fondos y enviarlos a sus pueblos.
“No hay rincón de Galicia donde no haya algo que se
llame Argentina”, afirma Farías, y añade un dato: la
emigración americana pagó la construcción de 350
escuelas.
Foto: Museo de la Emigración Gallega en la Argentina.
La segunda ola
Al contrario de la etapa inicial, la segunda oleada
migratoria apostó por la radicación permanente.
En 1946, con el fin de la Segunda Guerra Mundial,
Europa necesitaba una salida. España, además,
atravesaba la terrible dictadura franquista. A miles
de gallegos les urgía irse, por motivos económicos o
políticos. Y no pensaban en regresar. La Argentina
e presentaba como muy buena opción, con el modelo
de sustitución de importaciones en marcha, que
requería mano de obra especializada. Y con la ventaja
de una comunidad gallega fuerte.
migratoria apostó por la radicación permanente.
En 1946, con el fin de la Segunda Guerra Mundial,
Europa necesitaba una salida. España, además,
atravesaba la terrible dictadura franquista. A miles
de gallegos les urgía irse, por motivos económicos o
políticos. Y no pensaban en regresar. La Argentina
e presentaba como muy buena opción, con el modelo
de sustitución de importaciones en marcha, que
requería mano de obra especializada. Y con la ventaja
de una comunidad gallega fuerte.
En esta ocasión, la inmigración tuvo un componente
Femenino, de niños y ancianos, superior que en el
período anterior. Fue un movimiento familiar, si bien
todavía con el mecanismo de la llegada del varón en
primer lugar.
Aquellos gallegos que venían del campo se ubicaron,
mpliamente, en la ciudad de Buenos Aires y alrededores,
sobre todo en Avellaneda, y contribuyeron al desarrollo
económico de estas zonas urbanas. Pero, como en toda
historia construida colectivamente, hubo quienes
eligieron otras ciudades y con su presencia dejaron huella.
Femenino, de niños y ancianos, superior que en el
período anterior. Fue un movimiento familiar, si bien
todavía con el mecanismo de la llegada del varón en
primer lugar.
Aquellos gallegos que venían del campo se ubicaron,
mpliamente, en la ciudad de Buenos Aires y alrededores,
sobre todo en Avellaneda, y contribuyeron al desarrollo
económico de estas zonas urbanas. Pero, como en toda
historia construida colectivamente, hubo quienes
eligieron otras ciudades y con su presencia dejaron huella.
Foto: Museo de la Emigración Gallega en la Argentina.
El club llevará tu nombre
En 1840, el niño Ramón Santamarina desembarcó en
la capital argentina con una terrible historia familiar a
cuestas. “Se las ingenió para conseguir trabajo. Obtenía
una recompensa miserable por guiar a nado las carretas
de bueyes que cruzaban el Riachuelo”, relata el historiador
Daniel Balmaceda. Se trasladó luego a Tandil donde
comenzó como peón y logró ser dueño de 300 mil
hectáreas. Se casó dos veces y tuvo diecisiete hijos. Fue
tan querido en el pueblo que el hospital y el club lo
homenajean llevando su nombre.
En 1840, el niño Ramón Santamarina desembarcó en
la capital argentina con una terrible historia familiar a
cuestas. “Se las ingenió para conseguir trabajo. Obtenía
una recompensa miserable por guiar a nado las carretas
de bueyes que cruzaban el Riachuelo”, relata el historiador
Daniel Balmaceda. Se trasladó luego a Tandil donde
comenzó como peón y logró ser dueño de 300 mil
hectáreas. Se casó dos veces y tuvo diecisiete hijos. Fue
tan querido en el pueblo que el hospital y el club lo
homenajean llevando su nombre.
La influencia de la comunidad gallega en la formación
de nuestra identidad nacional es innegable. Como otros
colectivos de inmigrantes, la lengua de origen quedó quizás
un poco olvidada, ante la premura por la integración. La
comida tradicional (empanada gallega, arroz con leche,
pulpo) hizo su aporte al crisol culinario argentino. Aquel
abuelo de la canción de Cortez no solamente comprobó
que otra senda existía, sino que a través de ella se abría
camino hacia un futuro mejor.
Foto: Archivo General de la Nación.
Un refugio para la historia
El Museo de la Emigración Gallega en la Argentina
(MEGA) funciona en un imponente edificio antiguo
del barrio porteño de San Telmo, dentro de la sede
de la Federación de Asociaciones Gallegas. Allí
funcionan una nutrida biblioteca y una muestra
permanente de fotografías, libros, documentación
y diversos elementos relacionados con la historia de
los gallegos en nuestro país, abierta al público. Aquellos
inmigrantes o descendientes que estén interesados en
compartir su historia pueden contactarse al teléfono
(011) 4362-5963 o al mail mega-museo@speedy.com.ar.
El Museo de la Emigración Gallega en la Argentina
(MEGA) funciona en un imponente edificio antiguo
del barrio porteño de San Telmo, dentro de la sede
de la Federación de Asociaciones Gallegas. Allí
funcionan una nutrida biblioteca y una muestra
permanente de fotografías, libros, documentación
y diversos elementos relacionados con la historia de
los gallegos en nuestro país, abierta al público. Aquellos
inmigrantes o descendientes que estén interesados en
compartir su historia pueden contactarse al teléfono
(011) 4362-5963 o al mail mega-museo@speedy.com.ar.
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