PÍCAROS | LOS OTROS AÑOS 40
La posguerra con humor
La posguerra con humor
Tres 'vedettes' en una 'casa de tolerancia'.
Diario El Mundo de Madrid
Hasta ahora nadie se había atrevido a contar la parte rocambolesca de aquellos terribles años. Fueron tiempos de picaresca, situaciones absurdas e inventos 'geniales'. JUAN ESLAVA GALÁN muestra una posguerra desconocida en su último libro 'Los años del miedo', que resume para MAGAZINE. ?Sabía que para fumar se necesitaba el permiso de un cura? ¿O que a Franco lo condecoraron con una medalla prestada?
Hasta ahora nadie se había atrevido a contar la parte rocambolesca de aquellos terribles años. Fueron tiempos de picaresca, situaciones absurdas e inventos 'geniales'. JUAN ESLAVA GALÁN muestra una posguerra desconocida en su último libro 'Los años del miedo', que resume para MAGAZINE. ?Sabía que para fumar se necesitaba el permiso de un cura? ¿O que a Franco lo condecoraron con una medalla prestada?
El miedo. Al término de la guerra los españoles se clasifican en tres categorías: adictos o afectos al Régimen, (los de derechas de toda la vida); indiferentes que, por la cuenta que les trae, hacen méritos para figurar en la primera categoría, y desafectos, los que tienen un pasado que purgar (aproximadamente un 30% de la población). De los curas párrocos y autoridades depende la expedición de avales o certificados de buena conducta que los desafectos, presos o en peligro de estarlo, necesitan para rehabilitarse.
Un carnet de Falange es el mejor pasaporte para gozar de los privilegios de los vencedores. Casi un millón de personas de toda clase y condición ha solicitado su ingreso en el partido de José Antonio. Las delegaciones provinciales nombran comisiones para cribar la avalancha de arribistas que aspiran al carnet.
Un chiste refleja el miedo de los humildes a la autoridad. Un campesino que lleva un saco al hombro se encuentra con una pareja de guardia civil caminera con sus tricornios charolados, sus bigotes y sus mosquetones. –¿Tú qué llevas ahí? –lo increpa el guardia de mayor graduación.
-¿Aquí? ¿En el saco? –el campesino lo deposita en el suelo y se apresura a desatar la cuerda que lo cierra–. Mi cabo, es un aparato con motor de gasolina que se mete en el pozo o en la acequia, y sirve para sacar agua. Así riego la huerta –explica.
-Eso se llama bomba de agua –lo ilustra el guardia.
–Lo sé, mi cabo, pero si empiezo diciéndole "bomba" usted a lo mejor no me deja ni acabar de decirlo.
Laureada prestada. En el pecho del Caudillo brilla la condecoración que tanto ansiaba, la Gran Cruz Laureada de San Fernando. Se la acaba de imponer el bilaureado general Varela en una ceremonia un tanto compleja, porque la medalla sólo puede recibirse de un superior y no existe en España ninguna graduación militar superior a Generalísimo. Así que Franco ha tenido que renunciar momentáneamente al superlativo y se ha quedado en general a secas mientras su colega Varela le cuelga la placa. Inmediatamente después recupera el -ísimo. La cruz que luce Franco es prestada. Con las mil tareas inaplazables que exige la reconstrucción de la patria han olvidado encargarla al joyero que habitualmente las confecciona. En esta tesitura, recurren al general Mariana que gustosamente cede la suya, concedida por Alfonso XIII, para que puedan imponérsela a Franco.
–¡Que es de Huelva, eh! –advierte al enviado de Franco al despedirlo en la puerta de su morada.
–¿Cómo dice, mi general?
–¡Que me la devuelvan, coño!
Franco pintó 'Las Meninas'. Los tribunales han depurado a los funcionarios afectos a la República, han expulsado de la administración a maestros y profesores de izquierdas o simplemente liberales, herederos de la pedagogía laica de la Institución Libre de Enseñanza. Las vacantes, sumadas a las que dejaron los intelectuales exiliados, se cubren con personas de derechas promocionadas con cursillos patrióticos. Antiguos alféreces provisionales se ven recompensados con un título de maestro tras una oposición en la que el tribunal pregunta nimiedades al alcance de cualquiera.
Circula un chiste revelador. En uno de estos exámenes patrióticos le preguntan al examinando, que luce un par de medallas sobre la camisa azul:
–¿Quién descubrió América?
–Francisco Franco.
–¿Quién escribió El Quijote?
–Francisco Franco.
–¿Quién pintó Las Meninas?
–Francisco Franco.
–Me temo que no ha acertado usted ninguna pregunta –le advierte el presidente del tribunal.
–Y yo me temo que me estás resultando un poco rojillo, camarada –replica el falangista con gesto severo.
–¡Enhorabuena, camarada! –el presidente del tribunal reconsidera su postura–. ¡Ya eres maestro nacional!
Las alpargatas. España olía a paño húmedo, a aceite refrito, a miseria, a roña acumulada, a sobaco rancio. "Queremos la vida dura, la vida difícil de los pueblos viriles", había solicitado Franco. Y la Providencia atendió su ruego: hambre, pertinaz sequía, escasez de viviendas, epidemias, sarna, chinches, piojos grises y piojo verde, estilográficas a plazos, talleres de restauración de cepillos de dientes, colas para mendigar la sopa sobrante de los cuarteles, alpargatas en lugar de zapatos.
Casi cada producto alimenticio encuentra su sucedáneo: el aceite de pescado sustituye al vegetal; el de soja, al de oliva; la malta, las pepitas de algarroba o la cáscara tostada de cacahuete sustituyen al café; los polvos, al flan de huevo o al yogur; la margarina, a la mantequilla.
Los pobres recurren a los guisos de castaña, a la bellota molida, a los potajes de trigo, a los altramuces, a las chufas, a las jerugas de las habas, a las gachas negras de harina de algarroba, al pan de maíz. Se idean recetas novedosas: la ensalada de collejas, el revuelto de cardillos, el arroz de liebre al felino doméstico, el choto con ajos al can, el salchichón a la vetusta acémila, el cochinillo a la triquina.... Las adulteraciones están a la orden del día: los perros y gatos vagabundos se habilitan como carne de choto o de liebre.
El coche movido con gasolina (estrictamente racionada) se sustituye por el gasógeno, un fogón añadido a la trasera del vehículo en el que la combustión de carbón, madera o desperdicios produce un gas que hace funcionar el motor a trancas y barrancas y al 30 % de su potencia.
Cabaret, pero decente. Los espectáculos de cabaret que sobrevivieron a la contienda se han reconvertido en respetables compañías de revistas. Han modificado radicalmente sus contenidos, aquella sal gorda basada en chistes y equívocos sexuales que antes de la guerra hacía las delicias de un público macho. Ahora los libretos son más finos, aptos incluso para los castos oídos de las señoras que acompañan a sus maridos. El vestuario también se ha adaptado a las exigencias de la moda episcopal.
Celia Gámez viste a sus chicas, les cubre el ombligo, les lava la roña del calcañar y les rasura los bigotes de la entrepierna. Las 20 hermosas vicetiples, 20, abandonan la tradición sicalíptica y verderona para encuadrarse en el recato exigido por los nuevos tiempos. Celia compensa la merma de carne adornando sabiamente el plato con guarnición de plumas y lentejuelas. No obstante, todavía se pueden admirar los espléndidos muslos de Celia Gámez, aunque enfundados en una especie de trajecito infantil lleno de cintas y volantitos mientras entona, con voz voluntariosa y poca, el patriótico chotis Ya hemos pasao, réplica chulesca al lema de la defensa republicana de 'Madrid No pasarán'.
Las tardes, con sol; los toros, bravos; las mujeres, guapas. En la concepción cristiana y tradicional de la nueva España, la mujer, que la República liberal y atea promocionó en términos de igualdad con el hombre, debe abandonar el trabajo que la independizaba y regresar al hogar para apaciguar concupiscencias masculinas, vigilar cocidos y criar a los hijos, cuantos más mejor, que la patria los necesita. Además de atesorar estas virtudes, las mujeres deben esforzarse en ser agraciadas, como el torero Belmonte solicita en su celebrado anuncio radiofónico: "Las tardes, con sol; los toros, bravos; las mujeres, guapas; y el coñac, Domecq".
La nueva Ley de Ayuda Familiar determinará que la mujer casada pierda su derecho a percibir el plus familiar si trabaja fuera del hogar.
En la nueva España la moda femenina no viene ya de París sino de los obispados diocesanos. Pla y Deniel, arzobispo de Toledo, dicta las primeras instrucciones, en su calidad de primado: "Los vestidos no deben ser tan cortos que no cubran la mayor parte de las piernas; no es tolerable que lleguen sólo a la rodilla. Es contra la modestia el escote y los hay tan atrevidos que pudieran ser gravemente pecaminosos por la deshonesta intención que revelan o por el escándalo que producen. Es contra la modestia el llevar la manga corta de manera que no cubra el brazo al menos hasta el codo. Es contra la modestia el no llevar medias. Incluso a las niñas debe llegar la falda hasta las rodillas, y las que han cumplido 12 años deben llevar medias. Los niños no deben ir con los muslos desnudos".
El hambre llena los prostíbulos de mujeres desesperadas que no tienen otra salida. El sexo se ha convertido en un cheque al portador para muchas viudas, esposas de presos y huérfanas desamparadas por los azares de la guerra. La oferta es mucha y variada, pero no todas las aspirantes sirven para el oficio. Como establece un reputado perito "la de buena ley, además de presencia y corpachón, debe saber decir, saber estar y saber escuchar". La que reúne esas cualidades, y además es joven y dispuesta, no tiene dificultad para ingresar en la nómina de cualquiera de las 1.147 casas de tolerancia que, según estadísticas oficiales, existen en 1940. En 1885, cuando la población de Madrid no llegaba al medio millón de habitantes, había 1.331 putas censadas. En 1941, la población se ha triplicado, pero las prostitutas se han multiplicado: pasan de 20.000.
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