jueves, 22 de mayo de 2008

Despedida con gaita y tambor


La serie «Asturias siglo XXI», que LA NUEVA ESPAÑA lleva ofreciendo diariamente desde el 19 de marzo de 2006, termina hoy sus reportajes con una visita a Ignacio Noriega, el gaiteru de San Roque, de 83 años, uno de los más veteranos intérpretes del instrumento regional. Le acompaña, desde hace una década, Manolín Vela, un joven tamboriteru de 24 años.


Dos siglos, hombro con hombro, tocando desde el corazón de Asturias. La serie «Asturias siglo XXI» tendrá su epílogo este domingo con un amplio balance de su recorrido exhaustivo por los 78 concejos.


San Roque, E. LAGAR -¿Y usted qué opina de las bandas de gaitas? -¿De quién? ¿De las tropas de Hitler? Que nadie lo tome a mal, que los gaiteros tienen fama de gayasperos, ya se sabe. Lo que Ignacio Noriega viene a decir con esta ocurrencia que a él mismo le hace reír es que lo más propio de Asturias es la pareja de gaita y tambor, un binomio residenciado en el núcleo de la región. Lo mismo que, salvando las distancias, la pareja de guardias civiles, está en el corazón de España.


Noriega, el gaiteru de San Roque, tiene 83 años y es sostenedor de una larga tradición de intérpretes del instrumento asturiano por excelencia que, hoy, gracias en parte a las bandas de gaitas y al éxito planetario del gaitero villaviciosino José Ángel Hevia, goza de muy buena salud.


-¡No creo que la gaita muera en Asturias! ¡Taría cojonudu! Noriega atesora una fotografía junto a un José Ángel Hevia casi adolescente, a quien trasvasó parte de sus conocimientos. También tiene el gaiteru de San Roque, enmarcada, una reproducción del cuadro «Lección de gaita», del pintor gijonés Manuel Medina (1881-1955), imagen millares de veces reproducida cuyo original está en el Museo de la Gaita de Asturias, en Gijón. El cuadro fue adquirido por el Ayuntamiento gijonés en 1969.


La presencia en San Roque de este óleo, pintado en la década de los años veinte del pasado siglo, revela hasta qué punto Asturias mantiene sus esencias. La escena, en la que aparece un veterano gaitero enseñando a un niño, casi se repite. Manuel Vela Martínez, Manolín, es el tamboriteru de 24 años que desde hace una década acompaña a Noriega.


La distancia generacional del cuadro se mantiene, los vínculos entre maestro y discípulo parecen los mismos, incluso la luz ayuda a componer un remedo de aquella escena costumbrista que un día pintara un artista que pasó la mayor parte de su vida recluido en el, por entonces, pueblo de Roces (Gijón) y por ello se ganó el mote de «Medina del campo» alumbrado por el periodista Adeflor. Pese a todo, se percibe que el tiempo ha pasado y aunque la raíz de la imagen es la misma, aparecen nuevas declinaciones.


Manolín viste uno de aquellos pantalones vaqueros de cintura deslizante y una camiseta negra ilustrada con una reivindicación de la oficialidad de la llingua asturiana. Debajo se ve, como en un combate de lucha libre americana, al presidente Álvarez Areces dispuesto a enfrentarse en mortal lance con la Pita Pinta, el disparatado personaje creado por la Xunta Pola Defensa de la Llingua para perseguir al jefe del Ejecutivo asturiano por cualquier caleya, electoral o inauguratoria, en la que se meta.


Asturias, tambor y gaita, gaita y tambor: Ignacio Noriega y Manolín, «el gallu Poo», como lo bautiza la ocurrente cabeza del gaiteru de San Roque, quien se inició en la interpretación con una gaita gallega que compró cuando hizo el servicio militar en Zaragoza. Desde entonces -luego ya con su primera gaita asturiana adquirida a José Remis Vega, padre del mítico Remis Ovalle-, Ignacio Noriega se ha convertido en uno de los guardianes de la voz más distintiva de Asturias: el sonido de su gaita.


Pero el gaiteru de San Roque es guardián por doble motivo, pues, además de vivir de la gaita, también se dedica a fabricar «lloqueros», como se denomina en el oriente de Asturias a los cencerros del ganado. El gaitero de San Roque vela también por que la sinfonía de las vacas siga sonando igual, aportando la percusión a la banda sonora del paisaje asturiano. Porque, como Noriega advierte, los lloqueros no se pueden colocar tal cual salen de fábrica.


Hay que buscarles su voz asturiana, pues llegan a sus manos con la voz «más grave, más tonta, más perdía, suenan a Extremadura». Para ello es importante el mayuelu -el badajo del cencerro-, que, a ser posible, ha de ser de cuerno de vaca para lograr «una voz más pura». Además, hay que mayar cada lloqueru, practicar una hendidura en esta campana metálica a fin de lograr otro tono, la auténtica voz (tonalidad) de las vacas de aquí.


Para que Asturias no suene desafinada. El gaiteru San Roque y Manolín salen a la caleya para hacerse un retrato. Será la última imagen que el fotógrafo Miki López tomará para la serie «Asturias siglo XXI», este largo recorrido de 78 semanas por todos y cada uno de los concejos de Asturias que LA NUEVA ESPAÑA ha venido ofreciendo diariamente a sus lectores desde el 19 de marzo de 2006. Asturias, tambor y gaita, gaita y tambor.


Noriega y Manolín, 83 y 24 años, dos siglos juntos hombro con hombro, van por la caleya tocando una muñeira. Cuando acaban las fotos, la gaita se apaga, cesa el tambor. Queda la caleya. -Lo mejor que hacemos es el acabar. El gaiteru San Roque ríe.

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